Europa recuerda
Charlotte Knobloch
«He deshecho las maletas»
«He deshecho las maletas»
Charlotte Knobloch es una conocida líder y representante de la comunidad judía en Alemania, Europa y el resto del mundo. Un buen número de títulos atestiguan su profunda implicación en la vida y la herencia judías: presidenta del Consejo Central de Judíos en Alemania (2006-2010), vicepresidenta del Congreso Judío Europeo (2003-2011) y del Congreso Judío Mundial (2005-2013), y presidenta de la Comunidad Judía de Múnich y Alta Baviera (desde 1985).
Sin embargo, bajo estos prestigiosos cargos, Charlotte llevó a cuestas el peso de la incertidumbre durante muchos años.
Al acabar la guerra, Charlotte, de doce años, se resistía a regresar a Múnich y dejar la granja de Franconia donde se había refugiado. Habría preferido quedarse con los únicos amigos que tuvo durante los tres últimos años de la guerra: los animales de la granja y su adorado gato, un minino callejero blanco y negro que había entrado por la ventana de Charlotte poco después de que su padre la dejara en la granja y que nunca más se separó de ella. Este gatito era la única compañía con la que podía hablar abiertamente.
Regresar a Múnich significaba dejarlos y enfrentarse a una situación extremadamente difícil. Charlotte recordaba con toda claridad tanto el odio mostrado hacia su familia como la complacencia de sus vecinos durante la persecución nazi, y le repugnaba volver a encontrarse con ellos. Además, durante los años que pasó en clandestinidad, adquirió el dialecto de la región, y ya era suficientemente duro que su propio padre a menudo no la entendiera como para que los demás muniqueses tampoco pudieran hacerlo. Pero el padre de Charlotte estaba decidido: había recuperado su licencia para ejercer la abogacía y quería volver para ayudar a reconstruir la comunidad judía. No le quedó más remedio que acompañarlo.
Unos años más tarde, en 1951, Charlotte se casó con Samuel Knobloch y, deseosos ambos de abandonar Alemania, hicieron planes para establecerse en Estados Unidos. Toda la familia de Samuel había sido asesinada: a su madre y cinco de sus hermanos los mataron en el gueto de Cracovia, y fusilaron a su padre ante sus propios ojos en el campo de concentración de Cracovia-Płaszów. Comenzaron a formarse con la ORT, una organización que formaba a futuros inmigrantes judíos como trabajadores cualificados para Israel. Charlotte se formó como modista, Samuel como fabricante de espejos. La pareja también comenzó a aprender inglés con la esperanza de poder trasladarse a Estados Unidos.
Cada pocos días, revisaban las listas de personas autorizadas a emigrar en el centro de reasentamiento, a la espera de saber cuándo los nombrarían. Sin embargo, cuando se preparaban para partir, Charlotte quedó embarazada de su primer hijo, al que siguieron otras dos hijas. En vez de intentar emigrar con niños pequeños, prefirieron quedarse en Alemania.
Su padre se volcó con la comunidad judía de Múnich, ayudando a los supervivientes a recomponer sus vidas desgarradas tras perder a sus seres queridos en una catástrofe de la que ellos mismos habían escapado a duras penas.
Con el tiempo, Charlotte también se implicó activamente en organizaciones judías internacionales que operaban en Europa y en otras partes del mundo, dedicando su energía y determinación a preservar el patrimonio de las comunidades judías, apoyar su desarrollo social y cultural, dar voz a los judíos en los foros internacionales y luchar contra el antisemitismo. Cuando los inmigrantes judíos de la antigua URSS llegaron a Múnich en la década de 1990, participó directamente en su integración.
El 9 de noviembre de 2006, en su calidad de presidenta del Consejo Central de Judíos en Alemania, Charlotte inauguró la nueva sinagoga Ohel Jakob. Era la mismísima sinagoga que había visto envuelta en llamas 68 años antes, en la Kristallnacht (la noche de los cristales rotos), cuando era una niña de seis años que huía a través de Múnich con su padre.
Contemplando la sinagoga, por fin se dijo a sí misma:
He deshecho las maletas.
Infancia en Múnich
Charlotte nació en 1932, hija de Margarethe y Siegfried «Fritz» Neuland. Fritz Neuland fue un abogado y senador bávaro; Margarethe nació en el seno de una familia cristiana y se convirtió al judaísmo al casarse con Fritz.
Ante la creciente presión de las Leyes raciales de Núremberg que, entre otras medidas, perseguían los matrimonios mixtos, su madre, Margarethe, abandonó la familia en 1936. Charlotte no volvería a tener contacto con ella después de eso. Todavía sigue intentando asimilar la decisión de su madre. «Tal vez fueron el miedo y la debilidad, que siempre son malos consejeros», afirmó en una entrevista años más tarde. «Prefiero no especular al respecto ni acusar a mi madre [...], pero no cabe duda de que en aquel entonces me resultó incomprensible, y sigue siéndolo hoy en día». Tras el divorcio de sus padres, Charlotte fue criada por su abuela, Albertine Neuland.
El creciente antisemitismo en la Alemania de los años treinta invadió la vida de Charlotte a través de pequeñas crueldades. Su profesora de piano se presentó un día en su casa, angustiada, para comunicar a la familia que la Gestapo le había informado de que, si seguía enseñando a una niña judía, recibiría el mismo trato que los judíos. Ya no podía jugar con sus amigos: su cuidadora les había dicho que no tenían permitido jugar con una niña judía. Eso fue demoledor para Charlotte. Corrió a casa de su abuela, que le explicó por primera vez que ella era judía: «No conocía esa palabra. Para mí no era un concepto. Creo que pensaba que todos éramos iguales y que no había diferencias. Esa fue la primera vez que me di cuenta de que éramos diferentes, que la gente podía vernos como personas diferentes».
Su padre también lo pasó mal. En 1933, el Gobierno alemán dictó un decreto que ordenaba la inhabilitación de los abogados no «arios» a más tardar el 30 de septiembre de 1933. En un primer momento, quedó exento por ser veterano de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, en 1938 se aprobó la Quinta Ordenanza de la Ley de Ciudadanía del Reich y perdió su licencia para ejercer la abogacía. Solo se le permitía trabajar como asesor legal, y solo para clientes judíos. También tuvo que cambiar su nombre de Fritz a Siegfried y añadir el segundo nombre «Israel» para indicar que era judío. Su abuela tuvo que añadirse de segundo nombre «Sara» por la misma razón.
Mi abuela se mudó con nosotros. Quería asegurarse de que pudiera tener una vida razonablemente normal. Jugábamos, cantábamos y reíamos. Me enseñó los fundamentos de nuestra fe. Pero nada podía ocultar que la vida se estaba volviendo cada vez más difícil para nosotros, los judíos: edictos, prohibiciones y vejaciones hacían insoportable nuestro día a día.
Discurso en el Bundestag alemán, 27 de enero de 2021
Pasó la Kristallnacht —la noche de los cristales rotos— en medio de las calles envueltas en llamas, aferrada a la mano de su padre. Fritz, consciente (y con razón) de que su prominencia le convertiría en objetivo, se apresuró a buscar refugio con su hija. «¿Por qué no vienen los bomberos?», recuerda haber pensado en medio del fuego y el humo.
Las deportaciones de personas judías de Múnich comenzaron en 1941 y se intensificaron en la primavera y el verano de 1942.
Otras personas de la comunidad acudían a su casa para pedir consejo jurídico a su padre, al que ya no se le permitía tener un despacho. Charlotte oía sus voces desesperadas mientras preguntaban qué podían hacer por sus familiares deportados y desplazados, y por sí mismos. Aunque su abuela había querido darle una vida lo más normal posible, no había forma de proteger a Charlotte de una situación que iba de mal en peor para ellos en Múnich.
La Administración nazi publicó listas de niños, ancianos y discapacitados para deportarlos a Theresienstadt, un campo de trabajo-gueto construido en Checoslovaquia, ocupada por el régimen nacionalsocialista. Los obligaban a deportar a un anciano o a un niño de la familia de Charlotte. Albertine no tardó en marcharse, diciéndole a Charlotte que iba a un balneario a recibir un tratamiento, pero con todo lo que Charlotte había aprendido, supo que no volvería a verla. Quedó absolutamente desolada.
Le pregunto a mi abuela si podemos viajar juntas mañana, si puede ella también venir a donde me llevan. Mi abuela niega con la cabeza... Me dice que también tiene que irse pronto. «Solo será un viaje corto»... Yo no digo nada. Porque sé que mi abuela acaba de mentirme por primera vez en mi vida. Se me llenan los ojos de lágrimas. Me abrazo a mi abuela. Soy consciente de que, en este momento, el amor, el afecto y la seguridad han sido arrancados de mi vida. Ni siquiera he cumplido los diez años y mi infancia ya ha acabado».
A estas alturas, ya era demasiado peligroso seguir viviendo en Múnich. Fritz llevó a Charlotte a un lugar donde esconderse: el hogar de unos agricultores en Franconia, donde Charlotte se haría pasar por «Lotte Hummel», hija de una mujer católica, Kreszentia Hummel, durante los próximos tres años. Kreszentia había sido la asistenta del tío de Charlotte, Willi, pediatra de Núremberg. Aunque ahora estaba a salvo, a Charlotte, que acababa de despedirse de su abuela para siempre, le angustiaba separarse de su padre, ya que creía que sería la última vez que lo vería.
Kreszentia acogió a la joven Charlotte, pero, sin ninguna explicación de cómo había llegado a estar a su cargo, le preocupaba enormemente su seguridad y la viabilidad de mantenerla en la granja. El pretexto para poder quedarse con ella apareció inesperadamente. Como todos los hombres habían ido a la guerra, las mujeres se habían hecho cargo de las tareas del campo y se había establecido una sólida red entre ellas. Las malas lenguas no tardaron en hablar de la Bankert —hija ilegítima— de Kreszentia. Cuando se le echa en cara este rumor, Kreszentia se da cuenta de que le han dado una magnífica excusa para quedarse con Charlotte y admite ser su madre. Las vecinas se abalanzaron sobre la oportunidad de echar por tierra la reputación de beata de Kreszentia, salvando en última instancia a Charlotte con su afición al cotilleo. El párroco sí fue informado del secreto de Kreszentia y Charlotte, y le dio algunas instrucciones básicas para pasar desapercibida en las misas.
Viví años escondida, con un nombre y una identidad falsos. Haber sido yo misma habría significado mi muerte segura.
Discurso en el Parlamento Europeo, 30 de enero de 2019
Milagrosamente, Charlotte y su padre pudieron reencontrarse tras el final de la guerra. Él había logrado sobrevivir años de trabajos forzados. «A finales de mayo de 1945, iba en un carro tirado por Alte, la vaca alfa, rumbo al corral, cuando un coche se detuvo. No fue una reunión alegre», dijo. «Todavía a fecha de hoy solo puedo conjeturar qué calvarios le habrían infligido. El ácido lo había dejado casi ciego. ¡Pero estaba vivo y yo también!».
El mensaje de Charlotte Knobloch a Europa
La libertad y la democracia que disfrutamos hoy son solo tan fuertes como el compromiso de los demócratas con ellas y como la voluntad de la mayoría de defenderlas ante una minoría llena de odio [...]. La UE solo podrá permanecer «unida en la diversidad» si es consciente de sus valores y, por supuesto, los defiende.
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